martes, 17 de agosto de 2010

Perversiones laborales


Partamos de la siguiente premisa: los seres humanos somos complicados, en cuanto a relaciones interpersonales se refiere. Es decir, tendemos a complicar, en lugar de solucionar.

Ocurre con todas las relaciones que establecemos a lo largo de la vida, con etapas más suaves, como cuando somos adolescentes y podemos ser amigos de la humanidad entera; y etapas más duras, como la adultez, en donde tendemos a ser intolerantes con las diferencias, y se nos hace muy difícil aceptar costumbres distintas a las nuestras.

Por esta razón, es que la mayoría de los amigos que poseemos siendo adultos, los adquirimos cuando éramos jóvenes. Digamos que encontramos más defectos, a medida que nos vamos haciendo viejos.

Si aceptamos esta tendencia, de ser completamente amigables y nada rencorosos, cuando somos niños, a convertirnos en poco amigables y sensibles a experimentar rencor y otras emociones, más negativas, cuando somos adultos; pues es muy fácil de entender por qué las relaciones laborales son taaaaan complicadas. Y me refiero específicamente a las relaciones laborales, porque de ellas hablaré hoy, pero bien se puede aplicar a cualquier otro tipo de relación adulta.

De 24 horas que tiene un día, dormimos siete horas, si nos va bien; en transportarnos de la casa - al trabajo y viceversa, invertimos aproximadamente dos horas; al tiempo "libre" para estar con nuestra familia, le dedicamos seis horas; y de las ocho o nueve restantes, estamos en el trabajo.

Estamos nueve horas de nuestra vida diaria con gente que no escogimos, pero con la que tenemos que lidiar, y algunas veces hasta soportar.

Es un poco loco que pasemos más tiempo de nuestra vida útil con la gente equivocada. Lo lógico debería ser lo contrario, pero bueeee, vivimos en sociedades en donde precisamente no impera la cordura.

Asumimos, o por lo menos esperamos, que en esos lugares de trabajo, la dinámica fluya con una especie de equilibrio. Es un intercambio: damos nuestro tiempo, nuestro conocimiento, nuestra energía, y esperamos recibir a cambio la recompensa, generalmente expresada a través de dinero.

Y es ahí donde se presenta el problema, ya que la gran mayoría siente, que es poco. Es decir, que lo que se recibe, no compensa todo lo que se da.

Si volvemos otra vez al número de horas, pues estamos ofreciendo nuestras horas útiles, lo que debería ser muy bien considerado. Pero por otro lado, estamos dejando de invertir esas horas útiles, en las personas que sí queremos, y con las que sí queremos estar. Así que bien mirado el asunto, es muy sincero el sentimiento de frustración por el dinero que se recibe.

Y si a eso le sumamos la intolerancia creciente de la adultez, y las extrañas personalidades que desarrollamos, pues es lógico pensar que generamos ambientes laborales inasertivos, estresantes y poco productivos a nivel emocional.

¿Cuál será la solución?
Dejar de trabajar no creo, pero por qué suena tan pero tan tentador.






2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Se me ocurre una "solución" que posiblemente no sea tal... y que seguramente no es completa. Planteado así el escenario, trabajar haciendo lo que a uno le guste, esperando encontrar así algunas posibles afinidades con las personas que se dedican a más o menos lo mismo. De este modo, la frustración es por lo menos tolerable; si no, resulta total.

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